A
los pies del templo con sus manos ensangrentadas clamando un por qué, la
multitud lo abuchea, los transeúntes lo ignoran, los soldados se burlan de él.
Corazón
de hombre común, piel de obrero, temple de guerrero, sabiduría simple y
admirable.
Ya
nadie recuerda su palabra penetrante y vigorosa, sus largas caminatas, sus
seguidores, su imagen no es la misma de antes: ahora es considerado un hombre
más. Los demás lo miran con desprecio. Antes era respetado y escuchado, al
caminar la gente se hacía a un lado.
Hoy
se lo llevan prisionero, por considerarlo un paria para la sociedad: un
demente.
Ya
no lo sigue la gente.
Ahora
está solo, abandonado, humillado, ha perdido su magia.
Pero sigue caminando, avanza a pesar de los envistes,
quiere recuperar a sus seguidores.
Tropieza, pero no cae
Su espíritu jamás se doblega.
Hasta que logra encontrarse a sí mismo,
armoniza su ser,
Se reconcilia con su interior,
va a la montaña, donde toma contacto con la divinidad.
Los dioses se le manifiestan en su mente a través de visiones.
Ayuna, ora, sufre, se atormenta. Aunque jamás pierde la esperanza.
La vida le enseñó todo lo que conoce.
Nunca tuvo estudios de ningún tipo,
solo conoce desde su sensibilidad, lo guía la intuición,
lo mantiene su mente inquieta,
su corazón, su alma y espíritu.
Finalmente consigue llegar a su meta,
trasciende, se eleva sobre los demás.
Ahora su ser se convirtió en una estrella del firmamento.
Forma parte del cosmos.
Del todo y la nada....
Siegfried Zademack |